Horizontes Valeológicos A.C.
Multiversidad Valeológica
En el aleph de la mente

PÁGINA EN ACTUALIZACIÓN

miércoles, 10 de octubre de 2012

EN EL ALEPH DE LA MENTE



Hay una manera de contribuir a la protección de la humanidad,
y es no resignarse.

Ernesto Sábato 1911-2011


Las asociaciones civiles Horizontes Valeológicos y Sociedad de Psiquiatría y Psicología de Puebla y el Colegio de Psiquiatras de Puebla, agradecen desde lo más profundo de su actividad esta oportunidad de presentar ante tan selecto público parte de lo que transmitimos en nuestros escritos, el ofrecernos este espacio como un nuevo lugar para generar una auténtica red de conexión y poder encontrarnos, intercambiar información,  establecer un diálogo para  instaurar encuentros que puedan nutrirnos  de manera recíproca.

La clave de la bóveda de la transdisciplinariedad reside en la unificación semántica y operativa de las acepciones a través y más allá de las disciplinas. Ello presupone una racionalidad abierta, a través de una nueva mirada sobre la relatividad de las nociones de "definición" y "objetividad". El formalismo excesivo, la absolutización de la objetividad, que comporta la exclusión del sujeto, conducen
al empobrecimiento.

Edgar Nahum Morin (1921- )
Sociólogo y filósofo francés de origen judío sefardí


Cada época plantea problemas específicos al ser humano. En el momento que estamos viviendo resaltan los bloqueos comunicativos y las respuestas a la exorbitante información,  el alejamiento del  ser humano de la naturaleza,  la transformación de los valores,  el  desfasamiento  con  el medio cultural, y otros fenómenos que  generan  nuevos  problemas.

En lo que al proceso salud-enfermedad  se refiere,  a pesar de la infinidad de programas orientados supuestamente a educar en este sentido, la población en general está desprovista de hábitos y conocimientos necesarios para mantener su salud.  La  formación  es  deficiente  en  los  más  diversos aspectos,  iniciando por la alimentación, necesidad de  movimiento, cuidado de la naturaleza, régimen  de descanso y de trabajo, y terminando con las relaciones de familia, relaciones de género y sexuales, educación  de  las  jóvenes  generaciones,  manejo  de sí mismo,  conocimiento de su propia  esencia,  así como el derecho y las posibilidades de gozar de la salud y tratar de evitar la enfermedad. 

La enseñanza de lo  que debiese ser la salud no se realiza a lo largo de la vida de  la gente,  y para prevenir  la enfermedad -a excepción de la infecto-contagiosa- poco se toma en  cuenta las condiciones temporo-espaciales específicas,  ni se orienta a grupos etarios concretos, como lo demuestran el suicidio y la farmaco-dependencia en niños y adolescentes, y la patología senil, la soledad, el abandono,  la desesperanza y también el suicidio en quienes  viven  su  plenitud  -llamada peyorativamente senectud-. 

La  situación  real, en el mundo  entero, exige un replanteamiento  de  lo que es y debe ser la atención a la salud. Se hace necesario preparar trabajadores para  atender la enfermedad y trabajadores para cuidar la salud que  respondan  a  las  exigencias ético-científicas de esta lacerante época. En los países en vías de desarrollo la revolución científico tecnológica tiene sus particularidades  específicas que aunadas a los fenómenos socio-políticos y socio-económicos propician muchos problemas entre los cuales la Organización Mundial de la Salud destaca: las migraciones (que según diversas fuentes en los continentes  asiático, africano y americano alcanza varios millones de personas al año), la urbanización  descontrolada, el éxodo del campo a la ciudad, el desempleo, la subalimentación, la carencia de vivienda, los asentamientos irregulares, la represión y persecución política, la discriminación racial, la criminalidad, el analfabetismo o bajo nivel de ilustración, el desconocimiento de los hábitos higiénicos  elementales, la permanente  inseguridad  laboral,  social, afectiva y otras. 

Se supone que hace ya más de 20.000 años los cromagnones hacían dibujos y pinturas para referir algo. Lo cierto es que tales obras existen  aun cuando se desconozca  el objetivo real. Posterior -¿o simultáneamente?- las señales de humo, como forma de comunicación a distancia, informaban de manera lacónica  sobre eventos vitales. Pero fue solamente hasta aproximadamente los años 3.500  antes de la era cristiana  cuando los sumerios desarrollaron  el primer sistema de escritura conocido, la escritura cuneiforme y entre los años 1.500 y 1.000 los semitas crearon el primer alfabeto real. Los antiguos griegos escribían con un estilete en tablas enceradas. Hacia el año 59 antes de Cristo, los romanos inventaron el antecesor del periódico: reproducían noticias escritas a mano.

Ha sido en el último milenio de la humanidad -pero básicamente  durante el último siglo- cuando la difusión de la información ha alcanzado magnitudes abrumadoras. Aproximadamente en el año 105, T´sai Lun, un gobernante chino, inventó el papel. Durante toda la Edad Media los escribanos  copiaban los libros letra por letra y página por página. Para 1.045, Pi Sheng, en  China,  desarrolló un tipo móvil de  impresión que a  mediados de los años 1.400  reinventó el alemán Johannes Gutenberg. A mediados del siglo XVI los ingleses elaboraron los primeros lápices de grafito, esos que todavía usamos hoy.

El siglo XIX estuvo impregnado de descubrimientos que ayudaron  para que la transmisión de la información se convirtiese en ese fenómeno sobrecogedor que hoy tanto nos preocupa: la imprenta a vapor (Friedrich Koenig, 1811), la fotografía (Joseph Nicéphore Niépce, 1826), la fotografía impresa en un metal (Louis J. M. Daguerre, 1830), el telégrafo eléctrico (Samuel F. B. Morse, 1840) y la teoría del electromagnetismo que condujo a la radio (James Clerk Maxwell, 1864). En 1866 tuvo lugar la primera comunicación trasatlántica por vía cable (entre Europa y Norteamérica), en 1868, tres inventores norteamericanos: Carlos Glidden, Christopher Latham Sholes y Samuel W. Soulé, patentaron la primera máquina de escribir portátil y en 1876, Alexander Graham Bell, patentó un tipo de teléfono. La invención del fonógrafo (Thomas Alba Edison, 1877), el descubrimiento de las ondas electromagnéticas (Heinrich Hertz, 1880), la construcción de la máquina de linotipo (Ottmar Mergenthaler, 1884), y el telégrafo inalámbrico, antecesor de la radio (Guglielmo Marconi, 1895), propiciaron cambios importantes en la concepción del mundo y del ser humano en ese mundo.

El siglo XX, particularmente en sus postrimerías, ostentó una verdadera revolución en el desarrollo de los medios de difusión.  En 1906 el canadiense Reginald A. Fessenden transmitió por radio. En 1907, Lee De Forest patentó el triodo y para los años 20 la radio ya se había convertido en una de las mayores fuentes de entretenimiento de las familias.

Vladimir K. Zworykin demostró el primer  sistema de televisión y en 1936, la British Broadcasting Corporation (BBC) realizó las primeras transmisiones televisivas. En 1947 técnicos y científicos desarrollaron el transistor e inventaron la holografía  y a partir de los años 50 la explosión comunicativa comprende los más complejos y sofisticados medios: grabadoras, satélites, fibra óptica, celulares, computadoras, internet … Entramos en la época del ciberespacio y de la gestión empresarial (máximo rendimiento con un mínimo de recursos humanos, lean management). Por el ciberespacio de internet transitan diariamente miles de gigaoctetos.

Hera ayudó a Jasón y a los tripulantes de Argos  en su viaje a Cólquida. Hoy, los supermodernos  argonautas del ordenador reciben ayuda para no perderse. Se ha creado curiosos robots, particulares asistentes virtuales (knowbots, agentes inteligentes o ayudantes personales electrónicos) que se dedican a recopilar información solicitada en el menor tiempo posible … y los robots a escala molecular (la nanotecnología), capaces de trascender lo minúsculo y hacer predicciones sobre el futuro de la ciencia, … y el teatro virtual … los libros electrónicos,  todo, lo que se puede ver al través de internet, del agujero de la pantalla, el homo sapiens transformado en homo videns.

Borges, el aleph, el comienzo, la primera letra de muchos alfabetos, la integridad de 1, el Mago del tarot, las ideas que llegan desde el cielo, la unión, el círculo … todo gira … todo vuelve …, el poder de concentrar lo que se siente y cree.

-  ¿Qué significa esto para las ciencias  del comportamiento?
- ¡Pues todo! El ser humano como ente comunicativo, como ser simbólico, como ser ético-estético …

Obviamente que se dice de manera simple y rápida, pero este panorama exige reflexión profunda.

En los centros de enseñanza superior el objetivo fundamental de la didáctica  tiene que corresponder a las necesidades que plantea la realidad  actual y su proyección hacia un futuro inmediato, pero no siempre es así.

El  desarrollo del nivel intelectual (pensamiento y capacidades  profesionales) y de las habilidades prácticas no pueden estar al margen de la problemática general. Al considerar las metas en la preparación de profesionistas, definir el contenido y  seleccionar los métodos pedagógicos se tiene que hacer hincapié en el desarrollo de los componentes teóricos y prácticos del pensamiento profesional en relación directa  con el momento  histórico que se está viviendo. En el caso de las ciencias del comportamiento es urgente reflexionar acerca de quién es el ser humano  en el alud de información que lo arrastra y cómo abordar sus respuestas adaptativas, armónicas y disarmónicas.

En la actualidad los distintos especialistas de las ciencias médicas y del comportamiento encaminan su actividad científica y práctica a comprender la salud y la enfermedad, a prestar ayuda al enfermo para que se libere del sufrimiento, recupere su capacidad de comunicarse consigo mismo y con su entorno, restablezca y desarrolle su actividad laboral, se prevenga de una muerte prematura y así mejore  su  calidad de vida.

Este tipo de actitud, quizá más que cualquier otro, exige la comunicación: saber escuchar y callar,  saber hablar con palabras y actitudes para decirle al interlocutor cuánto  nos interesa,  cuánto le amamos,  cuánto nos alegramos por su crecimiento espiritual, cuánto nos preocupamos por su futuro. 

Y es que la importancia del acto comunicativo con la persona a quien duele el alma no radica tanto en que le digamos tales o cuales frases: la importancia está en que podamos ayudarle con actitudes,  palabras y silencio, a  organizar sus ideas y vivencias para traducirlas en frases que transmitan  lo que realmente siente y piensa. El terapeuta interlocutor, con todo su ser, le tiene que informar permanentemente que está comprendiendo, porque está descodificando el mensaje. El emisor se escucha a sí mismo, descodifica su propio mensaje y lo recodifica, ahora sí, de manera adecuada, porque ha encontrado  a la persona precisa.

La  exigencia  deontológica se plasma en el permanente incremento de conocimientos y habilidades, en el desarrollo y  perfeccionamiento de la maestría y virtuosismo comunicativos.

¡Qué maravilla que nos haya tocado compartir este episodio de la historia de la humanidad!



Sin lugar a dudas, existe una necesidad imperiosa de rescatar la dimensión poética y la trascendencia de la cotidianidad de profesionales de la patología neuropsíquica y de los usuarios de sus servicios, en Puebla.

No podría ser de otra manera; en el drama clínico se integran las referencias culturales y sociales más significativas para nosotros, porque, aun cuando para ustedes sea difícil creerlo,  constituye un centro de gravitación alrededor de la vida cultural, emotiva, valorativa, política, científica, religiosa, económica y social, un punto de convergencia de los principales símbolos de la fe y la razón, del poder religioso y civil.

Porque nuestra actividad es la fusión de aromas y colores, de sueños, engaños y desengaños,  el encuentro y desencuentro de personas y culturas, que evidencian aspectos recónditos del  trabajador profesional, del portador de una patología o disfunción y de sus personas cercanas.

Aspectos representativos  se sintetizan en los siguientes libros publicados por la editorial ACD que hoy presentamos en este blogg; el desgarramiento del diario vivir de la salud y la patología neuro-psíquica; esbozos de la parte humana de nuestras profesiones;  pinceladas dramáticas, trágicas y cómicas, pero siempre poéticas de nuestra actividad;  poesía que a través de diferentes recursos expresivos, seleccionando palabras, sonidos, con o sin métrica, transmite emociones, sentimientos, valores y pensamientos en el acontecer de día con día.

Acudimos a la cotidianidad a la que consideramos la base del proceso de construcción de la identidad. Y prácticamente todo lo hacemos de forma colectiva.






Nombre del libro
Temática
ISBN, Número de coautores, Número de páginas
Un canto de cisne
Intento de rehabilitación del asilo para mujeres San Roque, de Puebla,  en los años 80 del siglo XX.
970-9750-14-3
Coautores 44
Pags. 257

Historias de vida: una ventana hacia la psique. T I y II
El problema psiquiátrico está tomando dimensiones nunca antes vistas. Es urgente que padres y maestros se informen sobre muchos aspectos de esta situación para que se pueda tomar medidas adecuadas a tiempo. Estos modelos clínicos ayudan a ello.
978-970-9750-01-1
978-970-9750-15-1

Coautores 36

Pags. 298  y 360
Tan fresca es la tarde como la mañana
Biografía de la maestra en educación especial,  Rosa González Navarro y su hija con lesión neuromotora severa, convertida la madre en una de las mejores neuropsicólogas del continente americano. Propuesto para película.
978-607-7800-22-4

Coautores 4

Pags. 322
Ágora incierta
45 años de la SPPP en Puebla. Testimonios de psiquiatras, enfermeras, psicólogos, pacientes, familiares de pacientes.
978-607-7800-20-0

Coautores 72
Pags. 350
Luces y sombras
45 años de la atención a menores y jóvenes en Puebla. Testimonios.
978-607-7800-21-7
Coautores 68
Pags. 380
Mi luz de luna
Biografía de una médica-enfermera y su lucha por rehabilitar a su hija tras severísimo TCE. Logros. Poemas.
978-607-7800-26-2
Coautores 6
Pags. 235
Antoni Kepiñski
Biografía profesional de este gran psiquiatra polaco, exprisionero de campos de concentración.
978-607-7800-22-5
Coautores 10
Pags. 182
Diagnóstico de bienestar psicológico en adolescentes
Dirección de la pesquisa llevada a cabo por el psicólogo Paco Mazaba, en un CETis del Estado de Puebla.
978-607-7800-19-4
Autor: Francisco Mazaba Coto
Pags. 130



En estos libros  se hace evidente  el significado existencial de lo efímero, cuya omisión altera tanto el sentido de pertenencia como el arraigo, la afectividad positiva o negativa y siempre el carácter propio de la época que vivimos.  Porque la libertad, la emancipación y la independencia en el siglo XXI, como problema individual, civil y socio-cultural, también corresponde al estilo de vida y la subsistencia doméstica, al campo de acción del bienestar como praxis, a la promoción del cambio de actitudes, hábitos, tareas, costumbres que delinean nuestra vida cotidiana.

Como actores del drama clínico representamos el día a día del ser humano contemporáneo -lo único que en realidad tiene de suyo, aquello que lo caracteriza como persona, y el conjunto de experiencias reales e imaginarias que lo traspasan y en las que él trans-pasa el mundo social- y la manera cómo las instituciones sociales influyen sobre él,   pero no lo agotan.

Siendo en la vida diaria donde las condiciones del sistema se reproducen nos preguntamos si las hemos construido a partir de prácticas de libertad y autodeterminación o por lo contrario, las hemos dejado establecer por otra cotidianidad: la de los fuertes, la del poder.

En estos trabajos destacamos la cotidianidad de los individuos que conforman uno de los aspectos de las sociedades de finales del siglo XX y comienzos del XXI, buscando contribuir a dilucidar su relación de interdependencia con el sistema de desarrollo vigente, invitando a reflexionar para ayudar a propiciar situaciones más adecuadas y auténticas, girando alrededor de la interioridad personal matizada en el entramado de situaciones que inspiran y acogen hechos de intimidad en medio de lo público.

Es nuestro deseo que estas experiencias ayuden a reflexionar sobre algunos aspectos de la realidad del mundo subjetivo, con  sus consecuencias en el mundo objetivo y viceversa.

POR SU ATENCIÓN  ¡MUCHAS GRACIAS!





LA DERROTA MENTAL FUERA DE SÍ MISMA[1]

Hasta en las historietas  de  ciencia  ficción  se  pondera  al cerebro  como  el asidero supremo de aquello que podemos llamar vida y conciencia.  En una de ellas -recuerdo-  un  hombre  del futuro  luchaba  contra  una  fuerza  portentosa  que amenazaba controlar todo el universo.  Al final,  frente  a  su  enemigo, sólo  encontraba  la  enormidad perversa de un cerebro inmenso, contenido en una descomunal cabeza, y se apoderaba, para bien o para mal,  de los seres de cerebros inferiores.  Recuerdo una más,  la deliciosa historia de los Humanoides,  donde todas las razones  humanas  se  estrellaban  contra  la  calculada y fría inteligencia portentosa de unos seres robóticos creados  en  un lejano planeta. 

Y  entre  las  historias  del  presente,  aquellas  que incluso inventamos  cotidianamente  para  entretenimiento  de  nuestros ocios  (que también necesitan de este esparcimiento,  dicho sea de paso),  ponderamos al cerebro y a la mente como  ese  rincón supremo  incrustado  en la cima de nuestra organizada biología.  La inteligencia,  el jugo sustancial del trabajo  cerebral,  al igual  que  la destilación humoral que Hipócrates suponía fluía en forma de pensamiento de tanta circunvolución apretada, se ha vuelto el sustrato excelente,  el humor magnífico,  el  triunfo mental  del  cerebro humano.  Su correlativo,  la razón,  en su acepción concreta o abstracta,  ha devenido en  el  desideratum científico,  artístico,  humanístico,  moral y espiritual de la Creación Humana.
 
Por éstas y por muchas otras razones el hombre triunfa sobre el hombre cuando persevera en el ejercicio sensato del cerebro, en el juego pormenorizado y  frágil  de  la  razón,  en  el  mundo sensible de la imaginería,  en el mundo deseable de aquello que llamamos salud mental. 

Erigirse sobre sí mismo,  escalarse evolutivamente en  la  cima del  homínido actual,  ha representado no sólo un triunfo de la especie  sino  del  pensamiento.  Volverse  abstracto,  separar cerebralmente,  con exquisita finura de afiliación precisa,  lo sustancial de lo accidental, ha llevado al hombre,  al humanito sapiens  a  volverse  la  culminación  laboriosa de aquello que señalamos como conciencia. 

La derrota mental fue ejercida primero como una  solacidad  del demonio,  como  un  quehacer  oficioso  de alguien superior que tajase el bien y sembrase la pura semilla del mal más incurable en las torcidas mentes de los poseídos. 

Y el demonio en forma de espíritu  maligno  ha  primado  en  la posesión de cientos de miles de pacientes desde que el mundo es mundo.  Prácticamente no hay cultura que lo exente de provocar la  enfermedad  mental.  No  hay  pueblo que no lo invoque como causante de desgracias mentales.  Ya el  Código  de  Hammurabi, casi 2000 años antes de Cristo, recomendaba el opio y el aceite de  oliva  para  curar las posesiones demoníacas.  Avicena,  el célebre médico árabe,  al cerrar el primer milenio de  nuestra era, trazó con notable precisión algo que podemos entender como la psicopatología de los desórdenes cerebrales. 

Los  principios  de  la  moderna  psiquiatría pueden rastrearse hasta el París de  1792,  cuando  Philippe  Pinel  (1745-1826), siendo   médico   jefe   del  Hospital  Bicetre  para  enfermos generales, procedió, memorablemente,  a remover las cadenas con las  que los enfermos mentales permanecían atados a las paredes de sus celdas.  Al acto asistió sin duda un joven discípulo  de Pinel, Jean Esquirol (1772-1840) quien desarrolló más tarde las bases  de  la  moderna  psiquiatría  francesa (moderna para los tiempos), con un contenido emotivo más que científico; pero sin exención de éste. 

Yo escribo sobre la derrota mental  porque  me  parece  que  la enfermedad  mental merece este sustantivo triste.  Nada hay que choque más a la mente emocionada del médico que recién empieza, como el contacto brutal con el enfermo  mental.  Concebimos  la pieza  orgánica  defectuosa como generador del mal,  el absceso purulento como centro de males que rubrica el calor y el edema, aparte del dolor intenso; concebimos la pleura viciada y gruesa como parte natural de un proceso fímico, o el ojo adolorido del glaucoma o la tumoración maligna  del  corrosivo  cáncer.  Esto es,   ante  el  mal  podemos  hacer  extensiva  una  noción  de causalidad viva,  de patenticidad,  de  expresión  florida.  El anatomopatólogo  ilustra  así  la  macroscopía,   y  la  propia microscopía  revela  luego  el  detalle   fino,   la   invasión linfocitaria,  la plaqueta deforme,  la estriación aislada o la neoformación, el  derrame  o  la  esteatosis.   Pero  en la enfermedad mental no hay,  en la mayoría de los casos,  un algo concreto (macro o microscópico)  a  quien  responsabilizar.  La esquizofrenia no acusa cambios cerebrales, ni microscópicos, la psicosis hace lo mismo,  igual los estados de neurosis absoluta en los que nos bautizamos a  diario  los  humanos  de  la  vida agitada. 

La  enfermedad  mental  parece  ser una derrota que no reconoce causa,  que se hurta a la ubicación precisa,  que se  difumina, cual  si  de  verdad  se  tratase  de  un  pequeño demonio que, extendido en todas las partes del cerebro y del ser,  realizase la  labor depredatoria más espantosa de todos los demonios y se constituyese  en  un  ente   grande,   perfectamente maligno, despiadado  y  peor que todos los males de La Tierra juntos y a los que sí se les atribuyera causa orgánica alguna. 

Choca de entrada,  en el  paciente con  esquizofrenia  por ejemplo, ese vacío de nada, ese amor aplastado entre las bielas duras  de  la  enfermedad.  Cansa  y sorprende el absurdo de no querer  a  nadie,   ni  a    mismo.   Fastidia  la   negación (perfectamente  inconsciente  y sin pizca de culpa alguna) a la mínima  condición  existencial.   Es  que  la  depreciación  de nuestros organismos es cruel,  descarnada, desprovista hasta de sí misma. 

Choca luego el  abandono,  el  despojo  incurrido,  el  guiñapo triste  y  olvidado  que  guarda  en  su tono la mirada vaga de cierta humanidad latiente y dolida bajo el párpado  triste.  La locura,  es  el último mal que se antoja padecer  -si a escoger nos dieran- como castigo alguno. 

Preferible el cáncer, el lupus,  el retículo enfermo,  pero que no  nos prive de la conciencia,  de la razón dolorosa de vernos día con día convencidos de la inminencia de la muerte, rebeldes primero y resignados luego.  Una muerte digna  reclama  el  uso absoluto  de  la conciencia,  del darse cuenta,  de la razón a mano;  sólo así podríamos despedirnos del mundo en paz con  los otros  y con nosotros mismos;  sólo así se nos antojaría morir, razonada, calmada, serenamente. 

Pero no la locura.  No ese estado desquiciado  que  redobla  la muerte, que estrangula más aún el estrecho círculo de la agonía y  que  la  promueve  indigna,  marginal,  alejada  de  lo  que podríamos llamar la muerte humana porque (pensamos) quien muere con locura o de locura, ha muerto ya una vez cuando menos. 

Y es que la cara de nuestra vida es la  conciencia,  la  razón.  El  distintivo  clásico  entre  el  hombre  y  la  bestia  está adjudicado desde los tiempos bíblicos y más  antes,  al  existir consciente.  Si  no  me  doy cuenta de que no existo,  entonces ¿existo?  ¿soy verdaderamente?  ¿Vale tanto ser vida  hecha  de sombra sólo? 

La   locura   ¿emerge   como   una   pauta  más  del  organismo homeostático? ¿como un intento vano de guardar un equilibrio? o bien ¿es el desajuste perfecto  de  la  maquinaria  mental  que antes trabajaba con piezas capaces de reposición cotidiana? ¿En dónde sucede? ¿Cómo? 

Hay  locuras  enfermas y locuras sanas,  locuras individuales y locuras colectivas,  desquiciamientos graves y desquiciamientos leves.  La  locura que llevó a Don Quijote a recorrer La Mancha desfaciendo  entuertos  y  redimiendo  agravios  alcanza la sublimidad  por    misma.  Un  hombre,  en  el  apogeo  de la cordura,  que consigue abrirse paso a través de los  libros  de caballería  hasta  la  adopción total de un absurdo irredento y tan fabuloso como sus sueños.  La locura de Hueman y de Ténoch, dirigiendo aztlanes,  hasta culminar el peregrinaje en el borde de  un  lago  donde,  en  un  nopal,  un  águila  devorase  una serpiente.  La  locura  devota  del  amor  impoluto  de  cierta soberana  por el casquivano rey,  la locura culposa e irredenta de algún traidor eterno que, antes de besar a su maestro, había recibido treinta monedas de plata.  La  locura  perseverante  y feliz  del  viejo  Job,  que  se negó a desconocer a su Señor a pesar de tantas y tantas desventuras como le habían pasado.  La locura de un Bolívar conduciendo en la grupa andina al ejército libertador que,  diezmado por el frío torturador  de  llaneros, fue   aún  capaz  de  enfrentarse  victorioso  con  las  tropas realistas que lo  doblaban  fácilmente  en  número.  La  locura marginal  y científica de un Copérnico,  imaginando el desplazo del mundo hacia otro centro más  ambicioso  y  más  grande.  La locura  moral de Tomás de Aquino,  expulgando el quehacer de la Iglesia con un prurito místico de devociones  inteligentes.  La locura  rebelde  de un Lutero pegando en la tibia noche alemana de un  viernes,  unas  bulas  de  rebeldía  contra  la  Iglesia Católica.  La locura abismal de Verner von Braun, que a la edad quinceañera lo impelía,  con implacable lujo sañudo,  a diseñar cohetes que algún día más tarde conquistaron la luna. La locura mesiánica de un Hitler que concibió su uso como razón de  vida, como justificación de excelsitudes en la supuesta raza superior de  los  arios,  y  que  no  sólo la ejerció hasta su suicidio, convencido de ella, sino que fue capaz de convencer a los otros de que era un producto neto y perfectamente sano de la justicia divina.  La locura de Napoleón en el  invierno  ruso,  peleando contra soldados de frío, entrando a Moscú en tiempo  de soledades. 

También está la locura de Harvey,  o de Miguel Servet, no tanto reconociendo que  la  sangre  circulaba,  sino  atreviéndose  a decirlo,   a  pregonarlo,  y  enfrentando  el  segundo  la  ira endiosada de Juan Calvino,  quien lo prendió en  Ginebra  y  lo entregó  a un Santo Oficio que lo quemó por hereje públicamente en el año de 1553. 

¿Y qué  decir  de  las  locuras  científicas  que  animaron  la infancia de Leonardo Da Vinci,  cuando disecaba insectos?  ¿Qué del diseño meticuloso de sus máquinas?  ¿O  qué  de  la  locura iluminada de Miguel Angel, que se dice concibió el Juicio Final de  la  Capilla  Sixtina  en  un  arrebato  magnífico  tras  la tormentosa noche rebasada en lo alto de una montaña? ¿Qué de la locura de amor de Werther, cuando sucumbe ante la imposibilidad amorosa de Carlota y se pega un tiro con  las  mismas  pistolas del esposo de ésta, a quien se las había pedido prestadas?  ¿No es el mismo Goethe quien se proyecta en el Werther? ¿No se mata así simbólicamente él mismo? 

¿Y por qué no pensar que la locura ha tenido su enorme parte  de razón en el avance del mundo?  Quien no concibe lo absurdo como parte  sensata  del existir cotidiano,  está bastante lejos de ser razonable.  Limitarse a lo concreto,  a  lo  exacto,  a  lo pensable  y  a  lo  ordenado,  es tanto como delinear el límite cuadrilátero de nuestras tumbas y ponernos en el medio de ellas inmediatamente.  Desechar la locura,  la  mínima  o  la  máxima locura, sin que ésta se nos pierda del control que nos debe, es renunciar  a la posibilidad de cambio,  a la entelequia absurda que puede mejor constituirnos en otra cosa,  no mejor tal  vez, sino diferente. 

He  conocido a lo largo de mi vida de médico a varios pacientes que habían perdido la razón.  Ninguno me  golpeó  tanto  en  el ánimo y en el sentido,  en la bolsa del llanto mismo,  como los recluidos  mentales del Hospital campestre Dr. Rafael Serrano, el Batán, de Puebla.

Recuerdo  que  en el trazo final de mi carrera tuve oportunidad de emplearme como  enfermero  en  ese  hospital,  en  el  turno nocturno.  Recién se había inaugurado y contenía un poco más de 500 enfermos en cinco pabellones. 

La  primera  guardia  está  asociada  a  un olor peculiar en mi conciencia.  Una  especie  de  mescolanza  nueva  y  vieja  con diferenciables aromas de barnices aún frescos, con sudor y baba y  suciedad  y  orina.  El  hospital  estaba nuevo. Nuevas las paredes todavía  untadas  de  vinílica  no  seca,  nuevas  las cobijas  de  grueso  algodón  que aromaban pequeños hilachos de textiles gruesos.  Viejos los zapatos de los  recluídos,  vieja la  costra  de  baño  ausente,  vieja  la  enfermedad,  la boca abierta, desdentada,  el vaho,  la vaporización del humo humano saliendo del choque absurdo de lo nuevo y lo viejo. 

Si  bien  la  llegada transcurrió sin sorpresa,  por un retraso involuntario que me franqueó la puerta poco después de  las  21 horas,  cuando los pacientes prácticamente ya dormían,  la hora de la madrugada  fue  espectacular.  Cien  pacientes  alzándose lentamente,   como  una  mancha  seca,   espectral,  desvalida, derrotada, lejana y a la vez presente.  Como un solo ojo que no viera ni se diera cuenta de  nada,  macilento  y  decrépito.  Y luego  el  reparto de pastillas,  la efervescencia de nada y de nadie, el amotinamiento sosegado,  el reclamo de la abertura de la  puerta  que  calzaba hacia el frío plomizo del alba todavía lejana,  la  chapa  que  giraba  y  los  ocho  o  diez  que  se precipitaron  fuera,  rumbo a las porquerizas o al aviario,  al establo.  Una bocanada de  frío  que  entraba  como  una  pieza demente más de reemplazo.  Y luego el asentamiento informe  del hombre enfermo,  la pieza humana que gravitaba,  que estaba ahí desprovista de toda esencia que -hasta ese momento- yo  hubiese reconocido  como  humana,  como  mentalmente  humana.  Luego la contemplación  dolorosa  de  la  derrota  mental,  del  enfermo atontado, plácido, violento, indiferente; del otro enfermo más, como  niño  de pecho grande,  defecado,  fetaloide en el amnios improvisado de la sábana con la que pretendía  cubrirse.  Y  la imposibilidad angustiosa de comunicación, del parloteo directo, del diálogo caluroso, de la precisión lingüística. 

En ese entonces convulsionado de mi cerebro,  el encontrarme al cabo  del  rato  repetido  y  absurdo  llorando recargado en mi escritorio asignado,  no  tuvo  nada  de  extraño.  La  derrota mental   podía  observarse  desde  ahí,   fuera  de    misma, despreciada y lastimosa, doliente,  completamente anónima y sin importar gran cosa. 

Desde  ese ayer lejano de ya casi una veintena de años,  siento el olor igual,  la conciencia,  la cara desdentada que pide  la píldora  del día,  la mano que señala la chapa y hace el ademán de girarla.  Y encuentro perfectamente angustiante la sensación de no querer estar nunca en ese lado. 

Hace pocas  semanas,  por  invitación de la Dra. Mädy, coordinadora del proyecto de rehabilitación, visité  el  asilo  para enfermas  mentales  de San Roque.  Tras de la primera reja,  de entrada luego luego en el primer patio, tuve la misma sensación de derrota que hace tantos años,  al verlas a  ellas  ausentes, lejanas en el tiempo y en el espacio, pero presentes aquí, ahí, en  ese  momento  de nuncas,  indiferentes e impúdicas algunas, diferentes y púdicas las otras.  Estar como si no se está.  Ser sin que se sea,  vivir sin que realmente se viva.  Existir.  No más.  Equivaler  a la planta y equipararse a ella.  Perder ante el vegetal porque éste siquiera tiene savia que  lo  recorra  y reacción  que lo elimine o agrande.  Valer tanto o menos que la piedra en que me siento,  ser el gusano,  la ortiga,  la espina clavada en medio de la mano que quiso asir la rosa, el aposento espiritual  de la tristeza,  la desolación y la idea que parece no adivinarse nunca.  Ser  la  tierra,  la  vegetación  que  ni siquiera  adorna,  la  mismísima  forma del aire y del paisaje.  Ser a  veces  el  viento.  La  furia  adormecida.  El  reto  al vigilante.  El  llanto  quejumbroso por la jerarquía.  Ganar el lavadero, la fuente, el agua, la primitiva agua.  Sentirse dueño de ella y saber que el poder está ahí,  con quien  domine  y  a quien obedezca el agua.  Saber,  inconscientemente ¿acaso?  que la única moneda que  ahí  vale es el agua,  que  el  poder  y  el temor y el arrojo y el triunfo son el agua. 

No  hablar  del  agua,  de  los  lavaderos y las fuentes.  Pero volver a ella,  a ellas,  a  su  posesión,  a  su  gane,  a  su manantial  de  llaves  y  de  grifos de cobre para ser alguien.  Jerarquizarse en el agua  y  hacer  que  la  vida  -al  fin  de cuentas,  como si nos llamara desde un milenario grito, como si le gritara al pez y  al  molusco  que  alguna  vez  fuimos-  se construya de agua. 

Y  luego  visitar  los  aposentos fríos,  las celdas estrechas, rectas, geométricamente  enfermas,   abovedadas  y   húmedas, escurridas  de  cales  lentas  y  salitrosas.  Ver  en ellas la derrota mental dentro de sí misma,  tirada a veces en el  sopor del piso.  Saber que alguna vez, dolorosamente, alguien cruento encerró a alguien incruento tras el cerrojo duro,  y lo mantuvo así por días,  hasta que supo por  boca  de  otras  que  estaba masticando  su propio excremento,  el más viejo,  el del primer día y por ello, más endurecido. 

Saber del patio,  del sol que lo inunda una buena parte del día pero que,  aunque está ahí pleno,  parece como si no calentara, como si no se animara a hacer calor en serio.  Ver a las flores que hace años marchitaron su tiempo  en  una  razón  que  quizá nunca tuvieron.  Reconocer enfermas, enfermedades, saber que si ahora  están  mal antes no tenían calificativo alguno porque el abandono era pleno y casi casi, oficializado. 

Percatarse de lo anterior con la conciencia horrorizada de  que si a uno le pasara algún día algo así,  la muerte es la demanda más piadosa que haría para si mismo.  Percatarse de lo anterior con el horror de que  por  ser  nuestras  semejantes,  nuestras iguales,  nuestras  réplicas  biológicas,  nada  de  lo que les ocurra puede dejar de ocurrirnos  a  nosotros.  Atemorizarse  -legítimamente-  por  esto.  Sentir la hipocondria de tal vez no actuar bien,  de venir lenta y paulatinamente,  en el  convulso mundo del actual adelanto,  un poco más neurótico.  Preguntarse si la longevidad ganada con tantas pastillas y vacunas vale  la pena  si  se  padece enfermo o con la mente en tintes de medias sombras, de lucideces y de clarobscuros. 

Y luego salir otra vez al día,  al vaciado del día,  a  lo  que queda   del  día  si  se  puede  pensar  que  después  de  esta experiencia hay algo en ese día que nos rescate el pensamiento, la memoria,  que la aleje del temor noctámbulo de volver en  el sueño  a  ser,  ya  no  comparsa  en  la  locura sino su propio actuante. 

Despertarse al otro día y  repasar  los  elementos  del  sueño.  Constatar  que  no  hubo  ninguno  que aludiera al asilo.  Pero temer o saber que tal  vez  la  inconsciencia  lo  guarde.  Que seguramente  la  inconsciencia lo guarda,  con lujo de detalles como los que aquí escribo,  que pasan no como sombras  ni  como retazos, sino presentaciones limpias de la vida. 

Y  luego  caminar.  Ser otra vez un trozo de sol,  un pedazo de viento y de agua.  Lloverse y ver llover.  Anidar en  la  rama.  Sentir que uno es parte del paisaje y volver a repasar,  en ese darnos cuenta que formamos,  que tal vez uno no  está  viviendo esa derrota mental fuera de sí misma, sino dentro.  Que tal vez nunca  sabremos  con certeza cuál mundo es el correcto.  Que el hombre actual ha perdido la brújula de un destino limpio y bien trazado y  que  la  propaganda,  la  implementación,  el  medio comunicativo televisivo,  la radio, la prensa, la película, nos han hecho dar una vuelta de conciencia y nos han dejado sin  el rumbo cierto. 

Caminar más y más en el día de este día. Bajo esta mañana, bajo las  jacarandas  del  parque.  Saludar  y pensar que tal vez es cierto  que  el  desquicio  ha  empezado  por   el   otro.   Al automovilista que violenta el claxon,  a la mujer que grita, al que persigue,  al peatón irrefrenable que confunde el tráfico y se lleva los clásicos toquidos.  Ver otra vez la rosa que crece apretujada   en   una  tierra  estrecha.   Volver  a  mirar  el firmamento y ver  el  cielo  gris,  amontonado  de  las  nuevas especias que lanzan al aire las fábricas de aceros.  Sentir que arden  los  ojos,  que  se  espesa  el  humo de la calle por el autobús que pasa, que el río está viscoso y pestilente,  que el pájaro no canta.  Leer que hay hambre, que se muere la gente al borde  de los lagos que por la noche arrojan fumarolas.  Que se mata.  Que un anciano con cáncer (a  quien  no  creo  le  pueda importar mucho la función de la vida porque su estrella declina hacia la muerte) posee el dominio absoluto de la vida de muchos jóvenes  que  aún  no  tienen  cáncer y que también la posee de aquellos otros jóvenes que jamás tendrán cáncer.  Leer  que  se guerrea, que se vuelve a matar, que se estrangula, se viola, se asesina  (en  nombre  de  la  libertad  como  ya  se  ha  hecho reiteradamente),  se estruja,  se escalda y se destruye.  Saber que  el  hambre  arrecia.   Ver  el  circo.  Animar  al  amigo.  Levantar la estructura de la naciente vida.  Sonreír.  Predicar la supuesta verdad de nuestros credos.  Sostener que es el otro el que equivoca el camino. En fin. 

Darse cuenta al final (dije en fin) que el mundo apresurado  de nuestros  entornos  apresura también nuestras conciencias y las acorrala en el callejón cercado de la misma locura.  Andar  por ésta hasta el final del día. 

Pero al final: creer en el hombre, en el amigo, en el perro que no ladra porque mueve la cola, en el hijo, en la flor que crece y se sostiene aún en tierra seca,  en el intelecto,  en el dedo capaz de mostrarnos un portento.  Pensar en el  dibujo,  en  la parte  azul  del  cielo gris que se insinúa.  En el sol,  en la mano, en la mirada tierna de la mujer amada, en la esperanza. 

Ivanhoe Gamboa Ojeda

Editores

Mädy Fuerbringer Bermeo 
Jesús Márquez Carrillo 
Eugenia Barrientos González
Leobardo Espinoza Rodríguez

Coordinadores de este tomo
Mädy Fuerbringer Bermeo
Abel Martínez Reyes
Eugenia Barrientos González

Comité editorial

Arriaga García Galia
Barrientos González Eugenia
Cid Monjaraz Jaime
Campos  Vázquez María de la Cruz
De Colombres Holschneider Susana
Espinoza Rodríguez Leobardo
Fuerbringer Bermeo Jorge
Fuerbringer Bermeo Mädy
González Fuerbringer Liliana
Goyri Díaz, Veronica
Guarín  Gámez Beatriz
Gutiérrez Ramírez Fausto
Márquez Carrillo Jesús
Martínez Reyes Abel
Noguera Morales Felipa del Carmen
Pérez Diestre José Antonio
Pérez Ochoa Elías
Pérez Gracia Alejandro de Jesús
Pino Freyre Romelia.
Reyes Santos María Catalina
Rodríguez Barragán Paúl
Ruiz Herrera Rafael

Gestor editorial: Castro y Díaz José de Jesús
Diseño:  Susana De Colombres Holschneider
Corrección de estilo: Liliana González Fuerbringer

A
los millones de personas diferentes
que en el mundo  deambulan  sin  amor
siendo tan capaces de evocar y reaprender,


 Dr. Mark Evguienievich Burnó
psiquiatra soviético


 Dr. Héctor Pérez Rincón
psiquiatra mexicano


Dr. Ivanhoe A. Gamboa Ojeda
genetista poblano

oteadores de la esencia estética y simbólica
 del alma humana.




COAUTORES
Aíza R. Héctor M.
Árcega  Domínguez Arturo
Barrientos González Eugenia
Bustos Bolaños Odilia
Cabrera Bruschetta Moisés
Calderón Aguilar Rafael
Camacho Arenas  Jorge Alberto
Camacho R. María Guadalupe
Cruz López Antonio
Cruz Sánchez Cecilia
Díaz y Flores María Virginia
Durazo Arvizu Francisco Octavio
Espinoza Anaya Elizabeth
Espinosa Espinosa Lorena
Espíndola Reyes Hilda
Flores Vázquez Felipe
Fuerbringer Bermeo Mädy
Gamboa Ojeda Ivanhoe A. (q.e.p.d.)
García Valencia Enrique Hugo
Gayosso del Valle Jorge
González Fuerbringer Liliana
González Pérez Elba
Hernández Torres Jesús
Islas Tapia Oscar
Jaramillo González Juan Carlos
Jiménez Flores Doris
Jiménez Olivares Ernestina
Jiménez Salazar Héctor
Lazcano de Ballesteros Alicia
León Santiago Reyna (q.e.p.d.)
Márquez Calderón María Eugenia
Márquez Carrillo Jesús
Martínez Reyes Abel
Moldrano Salgado Lilia Asunción
Montiel Gama Leonor
Pérez Lucas Héctor Vicente
Petrak Romero Günther
Reyes Cortez Blanca Olga
Rivera Barrios Víctor Manuel
Santes Rivera María Teresa
Tello Granados Ana María
Terreros Moreyra Alejandro A.
Vivanco Jiménez Martha
Zaravia González Rocío

CONTENIDO
Presentación                                                                         
Prólogo                                                                                  
Introducción                                                                           

DESVARÍOS DE LA RAZÓN
El hospital de San Roque: contexto histórico                         
Más allá del silencio                                                               
Los actores de la historia                                                       
La derrota mental fuera de sí misma                                     

DEVANEOS DE LA CIENCIA
Conociendo el desconocimiento                                          
Psiquiatría y ecología                                                           
Antropología y psiquiatría                                                    

APRENDIZAJE ASILAR
El tinglado                                                                           
Los conductores                                                                 
Los escenarios                                                                     
Entrenamiento para la vida                                                
El re-aprendizaje                                                                 
Evocando su esencia                                                           
Los rasgos culturales en la enfermedad mental                  

DRAMA CLÍNICO
Fenomenología de  las  alteraciones  de  los
procesos cognoscitivos en pacientes asiladas                 
Alteraciones formales del pensamiento en pacientes 
con   ideas   delirantes   de  contenido erótico                  
¡Mujer! ¿ tragedia o comedia?     


A MANERA DE EPÍLOGO                                               



PRESENTACIÓN

El conocimiento refleja el pasado y el pasado forma realidad histórica en sus múltiples manifestaciones. La realidad social posee rasgos específicos diferentes de la realidad natural. Al estudiar la realidad social el ser humano antes que nada se reconoce a sí mismo como ser genérico, con todas las manifestaciones específicas de su esencia. Pero, por el conocimiento multifacético de todos los nexos, relaciones, regularidades y momentos causales que puede detectar, presenta interés para sí mismo. La variabilidad de enfoques y puntos de vista para los distintos fenómenos, tomados no en forma aditiva sino crítica y utilizando como criterio de verdad la práctica misma, enriquecen la infraestructura teórica con la cual se puede buscar una aproximación para comprender los problemas.

El ser humano fija en sus conocimientos sobre la realidad y la sociedad no sólo los procesos sociales objetivos y sus propiedades o los acontecimientos y acciones individuales sino que, propiciado por su posición en la sociedad, valora esos fenómenos.

En el nivel individual, desde el comienzo de su vida el ser humano aprende a diferenciar la importancia de hechos y cosas. Sin lugar a dudas, cuando rechaza o acepta es porque ha realizado un aprendizaje previo. La toma misma de decisión conlleva responsabilidad. Este proceso le permite identificarse consigo mismo y con su grupo social y lograr un lugar dentro de él.

El desarrollo individual de la conciencia (como psiquis específicamente humana) y de la autoconciencia (como capacidad de establecer diferencias entre YO y NO-YO, entre su género y el complementario, entre la imagen de sí mismo y el ideal, de autovalorarse y comprender el sentido de su vida), es un lento proceso de aprendizaje en el cual la información y la integración de la misma en todo nivel desempeñan un papel importante.

Ser investigador supera los límites de una profesión, de un cargo, de un sueldo, de un horario, de un espacio. Tiene que ver con el sentido mismo de su vida. Es una forma de vida, una visión y una concepción del mundo, y de sí mismo dentro del mundo. Por eso arroba la posibilidad de aproximarse a comprender así sea una ínfima parte de la realidad.

El Asilo Psiquiátrico para Mujeres San Roque de Puebla, fundado por Fray Bernardino Álvarez, quien llamaba inocentes a los portadores de patología mental y los consideraba susceptibles de curación, vio pasar cuatro siglos de psiquiatría mexicana y de insensibilidad social.

Por la atención prestada a enfermos de uno u otro sexo, de manera muy convencional, su compleja historia se podría dividir en dos períodos:
El primero, desde su fundación hasta 1869. Durante este tiempo en la institución se atendía tanto a hombres como a mujeres bajo la tutela de la orden de los Hipólitos. Se supone que la división interna en secciones o celdas para los pacientes de cada sexo era muy marcada y que la atención no difería de la que se brindaba en otras instituciones similares. Desafortunadamente no se ha encontrado los archivos que permitan esclarecer ese pasado.

El segundo período se inició en 1869 cuando los pacientes de sexo masculino fueron trasladados y se convirtió en asilo para mujeres. La mayoría de los archivos también han desaparecido. Muy poco se conoce acerca del tratamiento que allí se daba. Ya durante el siglo XX, por fuentes indirectas se sabe que la atención a las pacientes hacía que se levantaran voces de protesta ciudadana reclamando para ellas un trato humano pues, según informes verbales, se aplicaba castigos que conservaban todas las características de las prácticas inquisitoriales. Mudos testigos de ese pasado nefasto fueron dos fuentes de piedra que adornaron los patios hasta su  cierre y que sirvieron para aplicar el baño de pico a las mujeres que defendían su derecho a ser diferentes.

A partir de la sexta década del siglo XX se destaca la búsqueda para instituir un trato humano a las pacientes, intentos -incluyendo el que aquí se relata- que fracasaron por la indolencia, la falta de profesionalismo, el utilitarismo y el oscurantismo instituidos por la sociedad y ejecutados por psiquiatras producidos por ella.

Este libro describe fundamentalmente el esfuerzo coordinado entre 1985 y 1987. El Grupo de Psiquiatría Social de la Escuela de Medicina y la Escuela de Enfermería y Obstetricia de la Universidad Autónoma de Puebla, investigadores del Centro Regional Puebla del Instituto Nacional de Antropología e Historia, una enfermera del Instituto Mexicano del Seguro Social y otros profesionistas vinculados de manera informal con el Grupo de Psiquiatría Social, aportaron fervor, brío y conocimientos para introducir concepciones y prácticas contemporáneas en una estructura funcional arcaica. Y cual cisne, el asilo entonó su último  canto. Posteriormente muchas de las pacientes fueron trasladadas al Hospital Campestre Rafael Serrano “El Batán”. Las instalaciones –remodeladas- hoy albergan artesanos del Estado de Puebla.

Varios de los trabajos aquí recopilados en una versión inicial fueron presentados en el Primer Encuentro Académico (entre el Instituto de Asistencia Pública del Estado de Puebla y la Escuela de Medicina de la Universidad Autónoma de Puebla), celebrado en noviembre de 1986, y en otros eventos académicos, locales, regionales, nacionales e internacionales.

Este libro sintetiza el primer trabajo de investigación donde los autores inician la búsqueda valeológica a partir todavía de la enfermedad, que en los tomos siguientes se aleja de ella para explorar la salud desde una perspectiva no médica.  Aunado a ello y, más allá de la psiquiatría, recupera un aspecto importante de la historia reciente  de nuestra ciudad y de algunas facetas del ser mujer.
Felipa Noriega Morales
           Corresponsable  de
Horizontes Valeológicos, A. C. y
Multiversidad Valeológica
Puebla, Pue.  2006


PRÓLOGO

Siempre es bueno detenerse a pensar en el mundo que nos rodea. En estos tiempos todo parece indicar que las esperanzas y los sueños decimonónicos de controlar las almas, los cuerpos y los diversos procesos económicos y sociopolíticos, se han ido a pique. Pero las distintas clases políticas y los científicos aferrados a sus rutinarios esquemas, se empeñan en no ver, en mantener la mirada fija sobre cuerpos inertes, cuyas intensidades de luz sólo proyectan una opacidad mortecina, cifras y precisos cálculos.

Locos y prostitutas, pobres y criminales, homosexuales y libertarios, hambrientos y revolucionarios, todos, todos son un peligro: deben permanecer recluidos. Pero el mundo está lleno de ellos. ¡Los manicomios y las cárceles carecen de espacios para albergarlos entre sus muros! Tragedia y comedia del diario vivir.

Hace siglos, sin embargo, la reclusión ni siquiera asomaba como una vía para resolver los problemas de la locura, la miseria, la criminalidad y las urgencias sexuales de los varones. Tampoco se pensaba que la panacea para todos los males fuera la escuela; otros valores y otra mirada recorrían las cosas. La comunicación interpersonal también era más cálida y las intensidades de luz recogían de los cuerpos sus claro-obscuros, proyectando el placer y el goce, la pena y el dolor en sus formas humanas.

Luego, un proceso nacido en la antigüedad clásica y desarrollado con mayor fuerza desde los siglos XII y XIII, irrumpe, cambia las imágenes que las personas tienen en sí, de la naturaleza, del universo y de la sociedad y se consolida entre los siglos XVII y XVIII; las pasiones no caben más. Todo debe organizarse científicamente. Es el reino de la modernidad, el imperio de la ciencia.

Las reformas borbónicas impulsadas desde el último tercio del siglo XVIII en España y sus posesiones reales, conllevan en el caso de la medicina, al surgimiento de dos tipos de discurso cuya pretensión es adoptar -transformados en su aplicabilidad- los saberes adquiridos. El primer tipo, aduciendo ser fiel a la tradición, la cuestiona subrepticiamente y el segundo, no muy seguro de la verdad eurocéntrica totalizadora, busca integrar asimismo la tradición médica prehispánica. En ambos movimientos los criollos poblanos ilustrados destacan por su participación: en la ciudad de México, como promotores del desarrollo de las ciencias, en la ciudad de Puebla como cultivadores de las mismas.

A principios del siglo XIX, la enseñanza y ejercicio de la medicina en la Nueva España sigue sujeta a la pragmática expedida por Felipe III en 1604. Médicos y cirujanos deben conocer las doctrinas importantes de Hipócrates y Galeno. Éstas, para fines del siglo XVIII se mantienen vivas en Puebla gracias a las obras del español Andrés Piquer (1711-1772) y al empeño del poblano Luís José Montaña (1755-1823), radicado en México.

No obstante, es necesario ser cautelosos al calificar de hipocrático y galénico un ejercicio médico que se inscribe en el contexto colonial. Tal vez el arte de curar utilizado por los nativos mesoamericanos estaba falto de doctrina, pero tenía una efectividad y una realidad práctica de tal fuerza que inevitablemente invadió, ya en el siglo XVI, la caduca y adocenada ciencia tradicional hispana.
Por otro lado, el ímpetu innovador del siglo XVIII no significa ruptura sino profundización en el saber médico griego y medieval. Así, entre los grandes sistemas médicos de entonces, el de Herman Boerhaave (1668-1738) adquiere en Puebla una significación destacada gracias a las obras de tres de sus discípulos: el higienista portugués Antonio Ribeiro Sánchez (1699-1782) y los médicos coterráneos de Boerhaave, Alberto Haler y Gerardo van Swieten. Se trata de hacer de la medicina una ciencia que igualmente se valga de la investigación como método; de seguir la sabiduría hipocrática y en su nombre implementar las transformaciones necesarias a partir de las observaciones clínicas.

Los facultativos modernos (para ese entonces) de Puebla, fundamentándose en las enseñanzas de Boerhaave y sus discípulos y en los planteos del cirujano holandés Lorenzo Heister, buscarán unir lo bueno con lo útil de ambas profesiones.

Entre los siglos XI y XVIII los nombres de "físico" y "maestro de llagas" cambian por el de “médico” y “cirujano”. Las diferencias entre ambos, sin embargo, se mantienen y agigantan. Los médicos son graduados en la Universidad. En 1802, el síndico municipal José Mariano de Zavaleta dice: Algunos Médicos y Cirujanos por su pobreza, por su corrupción o por otros resortes y respetos se conciertan con los Boticarios, en enviarles todas las rezetas, en que puedan tener algún arbitrio, y estos se obligan á contribuirles cierta cantidad anual o mensualmente en retribución de la utilidad que se adquiera con ellas. Y de este detestable y reprovadísimo arbitrio se asignan a los enfermos las mayores estorciones a sus intereses, y en perjuicio de su salud los más lamentables inconvenientes. El Boticario que ha de dar al Médico con quien está convenido, una parte de sus ganancias, es regular que aumente mucho al legítimo precio de las medicinas, para no perder nada de ellas, a acrecer sus intereses. El Médico o Cirujano que en su mayor expendio tienen parte, es muy difícil, que no se desentiendan, aunque les adviertan a los medicamentos los más notables defectos. Y el enfermo que naufraga entre ambos, es quan imposible que no perezca.

A pesar de que en 1820 las Cortes españolas suprimen las órdenes monásticas, el convento-hospital de "San Roque" de Puebla continúa funcionando debido al empeño del padre prior fray José de Santa Cruz. Hacia 1821 cuenta con cuatro religiosos; mientras dos salen a pedir limosna, uno hace el quehacer y otro cuida a los pacientes. La situación económica sin embargo es bastante crítica. En condiciones normales debiera erogar por año de cinco a seis mil pesos, pero los padres limosneros apenas pueden reunir unos 800. La única medida para resolver tal estado, dicen los religiosos, es que los malsanos trabajen y se procuren así su sustento.

En 1821, según una visita de la Junta de Sanidad, dicho nosocomio atraviesa por estos problemas:
1. Casi diariamente falta el agua, por cuyo defecto tienen los padres muchos quebrantos y trastornos con los enfermos.
2. Los cuartos para los pacientes son 18 y el número de enfermos 36, viéndosepor lo mismo en la necesidad de poner dos o tres juntos, de que se siguen fatales consecuencias, que a veces no pueden evitar los religiosos, que se ven precisados a velarlos, a pesar de toda su eficacia.
3. Las rentas son demasiado escasas, pues aunque el difunto bienhechor don José Luis Palacios, dejó veinte mil pesos al hospital, estos pasaron a consolidación en 1804 y no se recibe ningún rédito. Asimismo las limosnas son escasas por hallarse esta ciudad en suma pobreza. El hospital sólo se mantiene por la caridad del Médico José María Horta y el cirujano don José Luís Rodríguez Leyva y los boticarios que caritativamente ayudan con medicamentos.
4. A pesar de tan graves apuraciones, los pacientes comen por la mañana un cuarto de pan y un champurrado, al medio día puchero de vaca y una torta de pan, y por la noche otro cuarto de pan, frijoles, arroz y otra cosa de yerbas.

El estado del asilo durante el siglo XX se esboza en este trabajo, del cual se deduce que el ser humano se valora por su actitud hacia el ser humano, por su capacidad de dar y recibir afecto, por su capacidad de alegrarse por la existencia de otras personas, por su capacidad de trascender por medio del amor. Amor como expresión de la capacidad creadora, que confirma la existencia propia y ajena, que al enriquecer el mundo espiritual de uno y otro incrementa el acervo que brinda a los demás.

Hoy, presas del culto a la ciencia y a la tecnología, imaginamos paraísos donde la miseria y las enfermedades no existen, donde nunca jamás habrá un instante de ruptura, pues controlado todo y expulsadas las pasiones, también la duda muere. ¿Y si no fuera cierto? ¿Si en los pliegues de la bienhechora ciencia y pedagogía estuvieran incubadas realidades opuestas a los sueños más caros de los seres humanos? Si, en suma ¿los pasos al paraíso fueran únicamente hacia la tumba?

Transformar la existencia del presente es posible con las acciones cotidianas, con los heroicos actos habituales, que nada tienen de estrepitoso, y sin embargo ¡cuánto eco producen cuando son expresión del amor!

¡Qué bien que hayas nacido! No me importa si eres cuerdo o eres “loco”, docto o “ignorante”. Si ayuda precisas, aquí tienes mi mano, con ella mi corazón y también mi razón, para respetarte en tu dignidad de ser humano, para valorarte como tal, para amarte ayudándote a que seas tú mismo.

Este es, en esencia, el mensaje de este trabajo.

Jesús Márquez Carrillo


INTRODUCCIÓN

La esencia del ser humano, a pesar de todos los aportes de la ciencia y las humanidades, sigue siendo un enigma. En su antropoteca, aprisionado cual termita en una pequeña celda, en un rascacielos de una megápolis, se considera libre. Más aún, coartado desde la más temprana infancia para cuestionarse y cuestionar, para ser crítico y creativo, para disfrutar de la naturaleza, para pensar, para amar, para expresar su sexualidad, para comprender lo bello y lo feo, lo trágico y lo cómico, lo sórdido y lo sublime, lo heroico y lo cobarde del diario vivir, es decir, totalmente atado para ser él mismo, pregona la libertad.

Los ígneos Auschwitz-Birkenau por un lado, los gélidos gulags siberianos por el otro, los crímenes primero de lesa libertad y luego de lesa humanidad en los Balcanes, la ignominia de Bosnia Hertzegovina, Afganistán, Irak y muchos otros, antinómicos y antinomias de un encuentro de milenios orgulloso de sus avances científicos. Migraciones, exilio político o aislamiento social en espacios abiertos. Cárceles, conventos, asilos, internados. Zoológicos, jaulas, acuarios. San Roque. Mujeres. Hombres. Locas. Locos. Tontas. Tontos. Somos. Nos hacen. Hacemos. ¿Qué sabemos de nuestra esencia etológica? ¿De nuestra esencia  humana? ¿De nuestro núcleo ético-estético y simbólico? ¿De nuestra esencia valeológica?

Para el estudioso del comportamiento, el mundo de la locura de un asilo constituye una fuente inagotable en la cual se puede surtir para comprender algunas paradojas del ser humano, desde el nivel de la brutalidad y el instinto, hasta las grandes expresiones de altruismo y sublimidad, presentes tanto en los pacientes como en las personas supuestamente sanas que los cuidan y tratan.

Los testimonios y análisis que este trabajo en el Asilo para Mujeres  San Roque presenta, constituyen una muestra de la realidad del enfermo psiquiátrico de escasos recursos económicos en los asilos de los países en vías de desarrollo. En Hispanoamérica existen alrededor de doscientos asilos psiquiátricos, fundados en las más diversas épocas, cada uno con sus particularidades, pero caracterizados todos por ser reservorios sociales para aislar a esas personas que generan un gasto inútil y constituyen un estorbo para la sociedad.

Desde una ficción metateórica transdisciplinaria, con una cosmovisión que se podría denominar antropo-ecológica en la cual trabajadores de la enfermedad y paciente son copartícipes en un mismo medio, se buscó superar la tradicional relación curativa por una pedagógica prestando mayor atención a la esencia del ser humano, a su capacidad de aprender y reaprender y no sólo a su naturaleza bioquímica.
Como enfoque científico-general se acudió al sistémico concibiendo la interrelación de la biósfera y el antroposistema en sus dimensiones  social, psicológica, simbólica, estética, sexual, en fin.

En el nivel científico-particular se tomó la relación mujeres discapacitadas/medio ambiente, con sus necesidades de dar solución a problemas concretos generados en ese entorno, estudiando las configuraciones espacio-funcionales que en áreas determinadas surgían y cambiaban mediante procesos de interacción etológica.

Este enfoque etológico y ecológico  -que cada día penetra más y más las ciencias naturales y sociales y que ha orientado una tendencia en el pensamiento científico de la medicina-  permitió cierto distanciamiento de la posición organismo-céntrica para adoptar una más amplia, evolutivo-poblacional y antropológico-cultural, para comprender al paciente desde la perspectiva de su desarrollo en nexo vivo con el entorno con el cual intercambia información generando un particular metabolismo.

El equipo de trabajo fue diseñando el plan y los programas de acción con las pacientes y el mismo asilo en la medida como se desarrollaban los hechos, analizando y corrigiendo sus propios errores, tratando de utilizar el conocimiento científico en forma creativa de acuerdo con la realidad -que era la que indicaba las vías a seguir-. Con esta posición, evidentemente más compleja que el tratar de optimizar el tratamiento y que el de interdisciplinariedad, se formulaba la práctica rehabilitatoria como un sistema educativo conformado por medidas médicas, psicológicas y sociales orientadas no sólo a compensar el defecto o discapacidad sino también a incidir sobre la comunidad para modificar sus concepciones y actitudes frente a la patología neuro-psíquica buscando crear un ambiente antropo-socio-ecológico urbano que facilitara la reinserción de las pacientes en la sociedad y de la sociedad en el asilo.

Como trabajo de investigación no se reducía a registrar lo aparente. Era menester buscar vías de acceso a esa realidad que se pretendía explorar. Era indispensable comprometerse en la acción aún previendo las consecuencias. La participación activa era la mejor vía. Desde otra perspectiva se trataba de un particular y original estudio de género.

En psiquiatría, la búsqueda de nuevos métodos de diagnóstico y tratamiento conduce a plantear interrogantes acerca de las manifestaciones de los pacientes en el plano sexual y estético, dos aspectos poco estudiados desde su óptica. Se centró especial atención en  los dos.

En la práctica rehabilitatoria la intención no se reducía a pretender suprimir las secuelas de la enfermedad neuro-psíquica y social sino a cambiar la relación de las pacientes o discapacitadas hacia sí mismas y hacia quienes les rodean, como también de las personas de su entorno hacia ellas. La meta era integrar las pacientes al medio social en el mayor grado posible. Ello conducía a diluir la línea divisoria entre prevención y tratamiento y abría la posibilidad de comprender al paciente como un todo en relación íntima con ese medio ambiente que, al dirigir de múltiples maneras sus procesos organísmicos y las propiedades de su personalidad se convertía en factor poderoso de movilización de los procesos sanógenos y salutíferos que sabiamente dona la naturaleza y desarrolla la cultura en el individuo como un todo. Se podía aprovechar todo este conocimiento generado por la experiencia para enriquecer el sustrato teórico de la valeología.

Desde el punto de vista clínico los hallazgos en las pacientes del Asilo San Roque no difieren esencialmente de lo que se puede encontrar en las mismas entidades nosológicas en cualquier institución similar. Pero esa realidad se interpreta diferente si se aborda con un frío racionalismo cientificista pletórico de objetividad médica o si se hace desde una posición científico-humanista, tratando de mirar objetivamente el mundo subjetivo, tan diferente a lo que se suponía.

Y es que los conocimientos actuales confirman que en el desarrollo individual el bebé toma la información que le llega de su organismo y su entorno seleccionando lo que le es más útil en las circunstancias reales. El contenido de la conciencia y la autoconciencia se va formando antes que nada por el recambio de información con el entorno. Su sentir general y su estado de ánimo en mucho dependerán de ese contenido de la conciencia y la autoconciencia, aun cuando de sus vivencias no tenga una idea clara. En la medida como la persona va madurando mucho de aquello que durante la infancia le era interesante e importante y le producía alegría, deja de hacerlo. Aparecen nuevos intereses de carácter cognoscitivo, político, psicológico y otros. Pero la sociedad le condiciona y le obliga a dar prioridad a aquellos aspectos que ella estima necesarios o convenientes.

Esa capacidad de seleccionar, de eliminar lo secundario y abstraer lo esencial, sufre alteraciones en los distintos tipos de patología psíquica: reducción de distinta intensidad en las diferentes didactogenias y distintas formas de retardo mental y alteración en las enfermedades neuro-psíquicas.

Por otra parte los locos no están vacíos de gustos y emociones. Su afectividad es distinta. El loco es capaz de dar y recibir afecto. Prueba de ello son las pacientes de San Roque que cuando lograron familiarizarse con el nuevo personal y sus acciones obsequiaban a ellos florecitas silvestres, agua, pedazos de pan o de tortilla, les convidaban las golosinas que visitantes les habían regalado, les saludaban afectuosamente, preguntaban cuando por algún motivo alguno de ellos no asistía. Cuando en septiembre de 1985 el Distrito Federal se estremeció con los movimientos telúricos muchas de las pacientes estuvieron pendientes de los acontecimientos siguiendo los hechos por la televisión. Llamaban al personal del Grupo de Psiquiatría Social y le llevaban de la mano para que mirara las transmisiones sin preguntar ni hacer comentarios. Cuando éstos regresaron después de haber prestado ayuda en las brigadas de solidaridad, algunas pacientes demostraron interés por conocer sobre la tragedia de fuentes directas, recordaron un terremoto anterior, externaron haber sentido miedo de que el vetusto edificio se derrumbara.

Estos datos son contundentes. Pero erradicar concepciones establecidas y aceptadas como verdaderas no es tarea fácil. El ser humano, con respetables excepciones, capta solamente lo que le han enseñado a percibir y lo interpreta sobre la base de lo que la sociedad le ha obligado a asimilar.

Valorando el mundo sobre bases emotivas y estéticas, emotividad que le hace vibrar ante éste y que da significación personal a todos los hechos y fenómenos, el ser humano tiende en forma activa hacia lo sublime, la perfección, el ideal de lo bello. Así conforma su conciencia estética que se manifiesta, antes que nada, en su relación con los distintos fenómenos de la vida tanto en un nivel sensitivo-emotivo (inconsciente) como en una manera racional-intelectiva. Íntimamente vinculada a la experiencia estética está la sexual, enigmático campo en los portadores de patología neuro-psíquica.

La sexualidad, no como función reproductiva, sino como expresión íntegra de la esencia psico-social, como fenómeno eminentemente humano que se va desarrollando junto con la personalidad. En este proceso la jerarquía de las vivencias sexuales va tomando un lugar importante, entrelazada con el esquema, la imagen corporal y otros factores asociados a la pertenencia de género del individuo.

Las particularidades mismas que en esta conformación se generan quizá sean una base para que en condiciones de un ambiente ecológico adverso las alteraciones psicopatológicas adquieran un fuerte contenido sexual y que tanto delirios como alteraciones senso-perceptivas que llevan esta información sean susceptibles de modificación con una re-educación ecologizante. Sí, pues la prevención o lucha contra las manifestaciones del así llamado hospitalismo, la cronificación de distintas enfermedades y al final de cuentas de la invalidez es de una u otra manera la lucha contra  fenómenos ecológicos negativos.

Al observar la evolución de los hechos en San Roque estos planteamientos parecen dejar de ser meras especulaciones. No obstante, para que ese ambiente sea verdaderamente salutífero necesita producir emociones positivas que impulsen a los individuos y a los grupos a lograr cada vez mayores niveles de realización. Luchar por esa transformación sólo puede ser expresión del amor y de la convicción. Sí, una convicción profunda de que, aquellos que son diferentes, merecen todo el respeto, respeto que  se expresa en  amor, amor a sí mismo, amor al otro, amor al ser humano, amor a la naturaleza, amor a la vida, amor al cosmos.

San Roque  feneció como institución psiquiátrica a finales de 1994, pero dejó una enseñanza de valor planetario: las potencialidades del ser humano  no las destruyen la enfermedad ni el encierro.

Mädy Fuerbringer Bermeo
Puebla, Pue, 2000

A MANERA DE EPÍLOGO


Cuando cierres la última página de este libro no cierres mi vida
Piensa que todavía existo, que todavía estoy aquí,
respirando y arañando la calina de las paredes, para comer un poco.
Te digo esto como si estuviera sobrada de razones,
pero bien sabes tú que no es así.
Talvez no deba emplear estas  palabras, ni los gritos,
ni los sonidos guturales de animal vejado que a veces,
cuando la epilepsia apresa, salen de mi garganta.
Talvez no deba decirte esto con el lenguaje en alto de mis puños secos,
de mis carnes fofas,
enseñándote las costras de mugre con que la intemperie me viste,
esa misma intemperie interior que, por su calidad, hace llover más aún sobre mi vida.

Las piezas dentarias se me han ido cayendo como palabras al suelo,   sin asidero alguno,
sin posibilidad de recuperarlas,
dejando un hueco lleno de sangre negra
que hace par con el otro de cualquier cuenca perdida de mis ojos.
Mis escleróticas son  hoy grises y amarillentas
y a lo mejor por eso te cuentan las cosas en esos tonos deslustrados y marchitos, pero no.

A fuerza de ser opacas tienen también metido el color de la ignorancia,
de una ignorancia rasposa y apergaminada,
como letra del otro idioma en que te hablo y no entiendes.

Así que si juntase todos estos elementos que no tengo,
más el del fondo vacío de mi iris oscuro,
podría hacer quizá un hato de palabras para contarte todo esto,
para suplicarte que no cierres la puerta cuando acabes de leer estas líneas.
Eso.
Eso es lo que te debo decir.
Cuando cierres la última página de este libro acuérdate que yo existo,
que este documento/testimonio/denuncia
ha sido concebido ya no para llamar tu atención,
porque seguro la tienes puesta en las cosas
que se dicen sensatas,
que se saben sensatas,
convencionales,
hartas de juicio,
sino para hacerte saber de mi humilde presencia.
No soy nadie y soy todas.
Hablo como si ellas -las locas- hablaran,
como si detrás de su lengua hubiera el tiro gigante de una mina que silbara en sus alvéolos
las voces de las canciones que jamás cantarán
y que nunca (ni siquiera nosotras)
hemos sabido que nos hacen tanta falta.

Por mí salen, en estas líneas, en estos trozos finales,
los reclamos
de una parte pequeña de ese amor tan grande que dices que tienes,
de esa fe en el hombre que siempre has proclamado,
de esa llama inmensa de justicia que te ha venido quemando desde la niñez.
También salen,
en cuajarones blancos,
los pomos de olores vacuos
en que dicen se han ido convirtiendo  poco a poco nuestros pulmones.
Sale el aire enrarecido del claustro donde se nos encierra,
el mohín contrastado con que a veces,
en casi todo el mundo,
se nos contesta,
salen la mueca y el desdén, 
el dolo
y el palo.
Si tú te das cuenta de que por mí están hablando las que no tienen razón
y los que dicen que la poseen,
podrás entender  este grito de angustia que te lanzo,
que te espeto,
como si fueras de pronto alguien
al que una ya se cansó de hablarle de espaldas porque
ni nos ve
ni nos oye
ni nos dice,
y hay que voltearle directamente la voz al cuello para que nos mire:
derruidas,
para que nos contemple:
avejentadas,
para que nos  sepa:
afrentadas.
Sólo la labor paciente de algunos como los que han emprendido estas letras
nos restituye un poco de esa: nuestra mediana condición de vida.
Cuando acabes de leer, pues, no cierres mi vida.
Ten presente que
estamos aquí todas las que hemos sido locas  para  hacer posible esto.
Llévanos.

Un libro no es un libro sin que muestre el objeto de su escritura
y la locura que (dicen)  tenemos
es precisamente este objeto.

Ella lo posibilita tanto como la razón de los otros en hacerla
y la tuya en leerlo.

En esto somos, triunívocamente: unos del otro. Yo de tí,
con toda mi razón trastornada,
pensando trastornadamente en tu razón toda,
deseándola tanto ...
Tú de mí con toda tu razón y tu juicio a toda prueba,
dándonos a probar de tus dos sensateces como si fueran mieles
que hubiéramos de gustar un día.
Si de  veras te sobran ... danos un poco.
Si no,
mejor sería olvidarte de nosotras
tan pronto dobles la última página de esta lectura afrentosa.
Déjanos así, con nuestros sueños,
con todas esas fantasías que hemos estado construyendo
a lo largo de toda la vida, para escapar con ellas por el infinito.
El diablo mismo es una mariposa
que viene en  las noches de luna a poseernos los cuerpos,
 y ¿quién se da por  enterado?
¿A quién le daña esto?

Si no puedes ofrecernos algo mejor que la vida de diablos que pagamos
¿no resultaría mejor y   más piadoso
dejarnos así,
enmarañadas
en todas las lindas orgías que la soledad nos ha venido procurando en la mente?
Si no puedes entender mi lenguaje,
mis señas,
las nuevas palabras que dices invento y que, para ti,
encierran una noción de autismo,
¿para qué hacerme entrar en tu vocabulario?
Si tu lengua no me puede ayudar,
la tuya,
la correcta,
¿para qué cambiar?
¿No son acaso mejores las palabras con que designo a la crema y a la leche,
al querubín plañido que volaba en el  lecho destartalado
por el cuello de una ínsula insana
y que  hacía las vacas de las veces en voces? ...
¿Lo ves?
Te ha sorprendido saber que yo sí entiendo ese lenguaje que tú has pensado
como uno más  de los estigmas que nos hace ser locas.
Y en todo el discurso del angelito tal vez no fuiste ni siquiera capaz de pensar
que tengo hambre,
que extraño a mi madre,
que pienso en su seno
en su leche regada sin provecho,
y en la muerte.

Cuando cierres la última página de este libro
no me abandones como lo has hecho con otras ideas.
Déjame que corra por la hoz de tu cerebro,
que te arranque  la chispa de saber que algo te ha cambiado,
que te inunde de dicha el saber que, 
por simples comparaciones,
tú perteneces al mundo del raciocinio lógico,
del acontecer normal,
mientras que yo soy  del otro,
del mundo perdido y absurdo
donde la locura inunda los resquicios de cualquier barca que subas
y la ahoga.

Si en algo te sirve el saberte sabio
te debe consolar tener la mente  clara, el ánimo dispuesto,
la fe en el porvenir
y en Dios
que (según dicen)
para nosotras parece estar proscrito
porque fue concebido de acuerdo a una razón poderosa
de pregones cuerdos.
Dios está fuera de nosotras no porque no pueda entrar sino
porque le enfermaría habitar un mundo así,
como este,
que jamás concibió.
Pero tú no eres Dios
y tal puedas oírnos como Él nos oye
aunque no nos haga mucho caso.
Tú sí puedes hablarle por nosotras,
decirle que estamos aquí, tan necesitadas de Él como de ti mismo,
de toda tu entereza,
de toda tu mínima presencia,
de cualquiera de las migajas más pequeñas
de ese cariño que  te debe sobrar en alguna parte del corazón inmenso.

Tú sí puedes.
¡Hazlo!

Dile por favor que aquí estamos,
que aunque descompuestas y faltas de razón también somos (o queremos ser)
una parte sencilla de eso que Él debe de llamar sus hijas.
Dile así,
¡Dile!
Cuando acabes de leer no cierres, pues, mi vida.
Deja al menos los sueños.
¡No te los lleves!
¿Qué no ves que infestan el canal nauseoso de mis deseos con algo más que la creencia,
con algo más que la risa,
que el llanto
y la propia carcajada?
Déjame sentir en ellos los animales en prisa,
los duendes locos como nosotras
que vienen a contarnos historias,
que sí nos  creen.
Déjanos las luces, los abalorios,
los sonidos metálicos que caen sin tocar el piso
y que se pierden en los colores de los arcoiris, combándose.
Los sueños son nuestras palabras, nuestros hechos,
nuestras razones insensatas.
Si bien para ti están torcidos, para nosotras no.
Es a través de ellos que el río de la comunicación nos corre, nos inunda ...
¡no te los lleves nunca!
Este libro es, en nuestras conciencias enfermas,
algo  que jamás hemos concebido.
Pretende ser nuestro grito lanzado por otras laringes.
Nuestra voz en las cuerdas ajenas.
Nosotras en alguien que nos interpreta
y nos viste
y nos estudia.

Para  ti quizá esté bien,
para nosotras, ni siquiera merece juicio alguno
porque somos incapaces de estas interpretaciones.
Gritaríamos si pudiéramos dar la nuestra,
con un grito de felicidad  atrasada,
de rabia suelta.
Si de algo te ha servido, 
¡qué bueno!   ¡Qué valioso!
A nosotras sólo nos ha dejado una piedad amarrada a una risa
que debió  ser llanto.


                                                                       Ivanhoe Adriano Gamboa Ojeda


Con motivo del 475 aniversario de la fundación de la ciudad de Puebla, se impone una profunda reflexión sobre su presente, su pasado y su porvenir. Esta colección es una veta en donde puede verse y valorarse la riqueza de su patrimonio cultural.  Una ciudad no es sólo el trazo de su arquitectura (plazas, calles, edificios, monumentos), es también su gente con sus conocimientos, esperanzas, intereses, sueños, utopías y duras realidades, su identidad y la suerte alquímica de su memoria. A través de un gran concierto de voces –a veces: ecos-, los libros de Vivir y crecer en la Puebla del siglo XX. Dimensiones de la expresión humana, se adentran en este mundo, en el ánimo siempre fresco de mirarnos en nos-otros, para construir unidos una ciudad del presente y del futuro, más humana, plural, generosa y solidaria, en armonía con la naturaleza y de plena convivencia.

Habiendo trabajado -cual fina filigrana- sólo una pequeña parte del Centro Histórico, Vivir y crecer en la Puebla del siglo XX. Dimensiones de la experiencia humana, no sólo extiende puentes al pasado y al porvenir, nos confronta con imágenes preconcebidas y subraya los valores más caros de la existencia humana (cuando menos en su versión moderna). Es, sin duda alguna, una contribución señera para vivir, amar y comprender este pedazo de tierra. Memoria y encuentro, los sueños, siempre los sueños, toman del soñar su forma.

Se dice que el cisne canta antes de morir, y eso fue en esencia lo que sucedió en ese cuatricentenario asilo, en la ciudad de Puebla, Porque no era más que una utopía. Pero la experiencia aportó conocimiento para enriquecer el modelo explicativo que nutre el planteamiento valeológico.